[artículo publicado orginariamente en La Voz de Galicia el 5 de abril de 2020]
Como amante de la ciencia ficción, me he adentrado en escenarios de distopía desde la adolescencia. Estas obras me han resultado siempre interesantes y evocadoras pese a que la esperanza fuera mínima o hubiera sido destruida por completo. Nunca pensé vivir una de esas historias en primera persona. Ninguna de nosotras, supongo. Pero lo impensable, el “Qué pasaría si” literario, se ha hecho realidad, superando (como suele ocurrir siempre) a la ficción.
En este escenario real de cuarentena y confinamiento, cuando alguien te invita a un grupo de Telegram una noche después de tres días aislada y sola en casa, dices que sí. Y cuando entras y empiezas a leer a unas cuantas personas organizándose para poner en marcha una iniciativa y ayudar a frenar la maldita curva de contagios que está disparada, te vuelcas por completo. Eso hice el viernes 13, con una sensación de estar viviendo procesos similares a los de casi una década atrás. De aquel 15M que nos traspasó a muchas y cambió para siempre nuestra forma de pensar y funcionar.
Cuando el caos se apodera de lo cotidiano, la incertidumbre aumenta y nos genera angustia. Por eso, necesitamos formar parte de algo y sentir que podemos contribuir a mejorar las cosas, aunque sea con una pequeña aportación. Quienes no somos piezas fundamentales en un estado de alerta, podemos hacer mucho simplemente quedándonos en casa para no contagiarnos ni contagiar a otras. Pero, al menos para mí, es fundamental notar que, aunque esté sola en casa, estamos juntas en la distancia.
Las redes de apoyo que surgieron en 2011 han ido cambiando y el movimiento social de base se ha fragmentado como fruto del desgaste, en unos casos, o por la sensación de que ciertas tensiones con el poder se habían reducido. Precisamente por eso, por haber ido viviendo cierta desarticulación de la lucha en la calle, volver a recuperar la sensación de que podemos remar todas a una me anima a seguir creyendo en ese común quincemayista y en las premisas de las organizaciones que surgieron entonces.
Frena la Curva, que tuvo el impulso inicial del Laboratorio de Innovación del Gobierno Abierto de Aragón, se ha consolidado en poco más de tres semanas de vida como un lugar de confluencia de iniciativas ciudadanas, empresas, organizaciones sociales y otros laboratorios de innovación pública. Una primera fase permitió que se creara un Foro donde agrupar todo tipo de informaciones, tanto fundamentales como lúdicas, para nuestro periodo de confinamiento. Ahora consta con unas 700 entradas, 1.800 usuarias registradas y más de 100.000 visitas.
A los pocos días de ver la luz, Frena la Curva dio su primer salto con la creación de un Mapa en el que geolocalizar necesidades y ofrecimientos, poniendo en relación a personas en situación de vulnerabilidad con voluntarias y organizaciones para facilitar su asistencia. En menos de diez días, en los que se han establecido conexiones con ONGs y administraciones públicas, se ha conseguido que unas 2.000 usuarias registradas coloquen más de 7.000 chinchetas. Esta oleada de solidaridad existe y una herramienta como el Mapa la canaliza.
En paralelo a todo lo que estábamos armando y difundiendo por todos los medios posibles, empezaron a activarse nodos de trabajo en diferentes países de Latinoamérica. Primero México y luego Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil,… ¿Y en Europa? Francia, Polonia y, a punto de salir, nuestra querida vecina Portugal. Se han creado réplicas tanto del Foro como del Mapa, con equipos multidisciplinares y adelantándose, en muchos casos, a las acciones de sus propios gobiernos para facilitar las redes de apoyo necesarias ante la llegada de la pandemia.
La rapidez con la que se ha dado el nacimiento, mutación y réplica de Frena la Curva me remite directamente al funcionamiento de la toma de plazas y espacios digitales durante mayo de 2011. Pero estas nuevas dinámicas, que también se basan en el desarrollo abierto, colaborativo y distribuido, superan con creces la capacidad de crecimiento e incidencia en el día a día con el que soñábamos en el 15M.
El momento es crítico y exige respuestas rápidas a necesidades urgentes. Desde Frena la Curva, se ha construido una red de colaboración entre activistas, particulares, organizaciones de diversa índole, empresas de innovación e instituciones públicas, que está permitiendo esa conexión entre las personas que ofrecen y las que necesitan. Se ha generado una iniciativa transversal y ágil que está pudiendo cubrir carencias que cada una de las partes, por separado, no podría haberlo hecho.
Al frenar la curva, no nos hemos parado: hemos acelerado de forma efectiva los procesos de ayuda y apoyo mutuo, canalizando la energía de miles de personas y su deseo de ayudar a las demás. Para frenar la curva hemos innovado y hemos puesto la tecnología al servicio de la solidaridad.